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@Mangoz53

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Manuel Gómez Naranjo. Con tecnología de Blogger.
domingo, 12 de marzo de 2017

Te evoco deslizándote por los canales frente a esa arquitectura magnífica. En otro tiempo has podido ser una marchante sagaz que penetraba los palacios de los mercaderes para ofrecer la primicia de un cuadro recién hecho; entornarías los ojos y dejarías que tu boca magnífica se aferrara a una cifra despiadada: “son cien mil ducados señor”; el silencio de ese reto solo podía ser roto por las suaves olas del canal al acariciar las paredes de palacio.  Un negro senegalés, espléndidamente vestido ofrecería para ti un ritual de vajillas y té; y tu allí plantada, hermosa, definitiva, rotunda: “es una obra única señor”.  
  
El tema era el arte; el marchante que sudaba copiosamente fumando esa cosa fantástica que habían descubierto en el Nuevo Mundo, arremetía sobre los avatares de la economía acosada por la amenaza perpetua de los musulmanes: ”ya nadie quiere pagar nada por una obra de arte; este palacio, por ejemplo es un cachivache sin valor”. Pero tú proponías que el arte es “una interpretación subjetiva de lo inteligible de la realidad; eso no tiene nada que ver con el mercado es un atributo que tiene implicaciones con la sensibilidad humana no con la economía”.


Tus palabras eran gloriosas. Un rayo de sol penetró las penumbras del salón esquivando las grandes cortinas e iluminando los dientes blanquísimos del sirviente senegalés que discretamente admiraba tu intrepidez. Decías sin pestañar: “la propuesta de ese artista tiende hacia  lo profano, deslastrándose del macetero de lo religioso y se abre libremente hacia la vida”. El marchante miraba tu boca y levitaba en la lujuria, hizo un gesto delirante que el negro interpretó como “Cien mil ducados”. Pero el marchante pensaba a esta mujer como una columna veneciana, es un sostén; esta mujer es como la brisa de la Plaza San Marcos, pero del tiempo en que San Zacarías cosechaba hortalizas en ese lugar: el hombre te miró subir a la Góndola y perderte en la lejanía por el Gran Canal, luego se metió en la penumbra y se sumió en la tristeza cuando percibió tu fragancia de rosas impregnando los cortinajes.  

Manuel Gómez  Naranjo     

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