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Manuel Gómez Naranjo. Con tecnología de Blogger.
Acerca de mí
domingo, 12 de marzo de 2017
Te evoco deslizándote
por los canales frente a esa arquitectura magnífica. En otro tiempo has podido
ser una marchante sagaz que penetraba los palacios de los mercaderes para
ofrecer la primicia de un cuadro recién hecho; entornarías los ojos y dejarías
que tu boca magnífica se aferrara a una cifra despiadada: “son cien mil ducados
señor”; el silencio de ese reto solo podía ser roto por las suaves olas del
canal al acariciar las paredes de palacio.
Un negro senegalés, espléndidamente vestido ofrecería para ti un ritual
de vajillas y té; y tu allí plantada, hermosa, definitiva, rotunda: “es una
obra única señor”.
El tema era el
arte; el marchante que sudaba copiosamente fumando esa cosa fantástica que
habían descubierto en el Nuevo Mundo, arremetía sobre los avatares de la
economía acosada por la amenaza perpetua de los musulmanes: ”ya nadie quiere
pagar nada por una obra de arte; este palacio, por ejemplo es un cachivache sin
valor”. Pero tú proponías que el arte es “una interpretación subjetiva de lo
inteligible de la realidad; eso no tiene nada que ver con el mercado es un
atributo que tiene implicaciones con la sensibilidad humana no con la economía”.
Tus palabras eran
gloriosas. Un rayo de sol penetró las penumbras del salón esquivando las
grandes cortinas e iluminando los dientes blanquísimos del sirviente senegalés
que discretamente admiraba tu intrepidez. Decías sin pestañar: “la propuesta de
ese artista tiende hacia lo profano,
deslastrándose del macetero de lo religioso y se abre libremente hacia la
vida”. El marchante miraba tu boca y levitaba en la lujuria, hizo un gesto
delirante que el negro interpretó como “Cien mil ducados”. Pero el marchante
pensaba a esta mujer como una columna veneciana, es un sostén; esta mujer es
como la brisa de la Plaza San Marcos, pero del tiempo en que San Zacarías
cosechaba hortalizas en ese lugar: el hombre te miró subir a la Góndola y
perderte en la lejanía por el Gran Canal, luego se metió en la penumbra y se
sumió en la tristeza cuando percibió tu fragancia de rosas impregnando los
cortinajes.
Manuel Gómez Naranjo
Manuel Gómez Naranjo
Etiquetas:
RELATOS
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