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@Mangoz53

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Manuel Gómez Naranjo. Con tecnología de Blogger.
viernes, 23 de diciembre de 2016

Estoy inundado, sumergido en un océano
de ganas,
siento como si las violetas estallaran estrepitosamente
en procura de alcanzar el azul incierto y rumoroso
de los espacios íntimos.
Busco en la oscuridad los resquicios de piel
que son lisonjas para la soledad de mis manos,
que son aliento para alcanzar la cumbre de las
madrugadas.
Estoy inundado, sumergido en tus gestos
alfombrados,
siento como si las mariposas temblaran tenuemente
en la búsqueda de los azules enterrados bajo
los escombros de las almohadas.
Busco en la penumbra tus palabras florecidas
que son incienso para evadir costumbres,
que son palma y montaña para cuando haya sol
y ande vacío.
Estoy inundado, sumergido en la fatiga de los axiomas
éticos,
siento como si el pecado fuera un argumento medieval
que procura la salvación de todo el cielo azul
que habita entre tus piernas.
Busco entre las sombras tus palpitaciones eternas
que son retoños tiernos que abordan el paisaje
que son pájaros libres ansiando las violetas
disfrazadas de azul.
Estoy inundado, sumergido...



Manuel Gómez N

Caracas/23 de Octubre de 2000
Casi siempre asociaba a esa mujer con la suavidad de las formas y con una estética que algunos describirían como armoniosa; ella tiene el don de un cierto refinamiento que se opone a las estridencias, escapa de lo sutilmente escatológico y prefiere los espacios minimalistas en los que nada parece ser excesivo ni ruinoso. De allí que una de estas mañanas me sorprendí pensando en ella en medio de la algarabía del Mercado de Guaicaipuro.
-¿Por que esta incongruencia? – barrunté, sin encontrar una respuesta a esa evidente paradoja-; sin embargo luego caí en cuenta que era una asociación por contraste. Me quedé a escuchar el lugar y descubrí una interminable sarta de improperios al lenguaje; donde lo más potable era: ¡que tripeo pana!
Mi pensamiento lograba sortear la columna insufrible del reggaetón y los estrujones de los se afanaban, como yo, por hacer compras de última hora y se quedaba detenido en el olor de esa mujer mientras observaba una colilla de cigarrillo que giraba inocente por el piso seguida por la disputa de un par de indigentes que reclamaban el derecho a una última chupada; y de allí saltaba a una gorda gigantesca que poblaba el pasillo mientras sus nalgas parecían olas capaces de abatir el erotismo del más potente de los hombres. ¿Erotismo? Y mi cuerpo se metía en la regadera con esa mujer quien se bebía a Aristóteles y el cogito ergo sum y la Ontología del Lenguaje, con Nietzsche incluido; sorbía la literatura universal fruida en centenares de horas de placer estético: Cervantes, Borges, Boccaccio, Eco, Octavio Paz, Benedetti, Cavafis, Dante; Marguerite Yourcenar; Johann Golfgang Von Goethe; Homero, y un largo y substantivo etcétera.
Guicaipuro era una presencia omnímoda y farragosa que saturaba cualquier insinuación de esa mujer luminosa, ni dejaba heridas por las que pudiera fluir la belleza de un poema, pero la luz que entró por la fractura que dejaba la gorda al caminar me trajo un verso de homero: “Al mostrarse en el día la Aurora de dedos de rosa” y me trajo la perplejidad maravillosa de Sancho en la ínsula Barataria y la soledad de Robinson Crusoe, y la frustración de Samuel Robinson intentando, en un país de esclavos, enseñar lo que es el republicanismo: “una República, es una Res Pública, es decir una obra de todos”. La Aurora de dedos de rosa me toco el rostro y me hizo consciente de mi propio aislamiento, estaba solo en Guaicaipuro sin Viernes y sin Don Quijote y ni el olor de las empanadas podía distraerme de las memorias que guardo en las yemas de los dedos, en mi olfato, en mis visiones pasadas, en la intimidad de mi cuerpo profanado por el amor.   
La vendedora de empanadas se llamaba Wileydis y estaba embadurnada de masa de pie a cabeza, sin embargo dejaba traslucir una cierta felicidad inocente. Yo pensaba en la virtud de los que sirven por convicción, independientemente de donde se alimenten esas convicciones; es como quien decide hacer el bien sin estar muy convencido de la existencia del paraíso y sin el temor a las llamas crepitantes del infierno. Wileydis hizo resbalar seis empanadas sobre el aceite hirviente que crepitó sordamente en medio del bullicio de Guaicaipuro; pensé en cómo era posible que alguien pudiera llamarse como la empanadera y sonreír; pensé en esa mujer que tiene una boca como de durazno y un nombre que parece haber sido creado para ser cantado por un Aedo.
Ella estaba ahí en medio de Guaicaipuro, la traje a mi presencia empinándome sobre el barroco de un espacio saturado de ruidos y de olores, recordé el Khan el Kalili, de El Cairo, donde los vendedores te tocan con lujuria para venderte un pañuelo de colores o un collar de sándalo falso. Ella caminaba a mi lado con Borges como compañía y me imaginé construyendo un discurso para ella con la fórmula Borgeana: “Escribir un libro, un capitulo,  una página, un párrafo que sea todo para los hombres como el apóstol; que prescinda de mis aversiones, de mis preferencias, de mis costumbres, que ni siquiera aluda a éste conmigo”.
Guicaipuro, entonces, se tornó amable porque ella me permitió descubrir que la felicidad está agazapada en cualquier lugar, aun en una mujer que se llame Wileydis o en una gorda con el culo frondoso, o en los que tuvieron la dicha de compartir la última chupada de una colilla desechada. Ella siempre me salva, siempre me hace mejor, siempre me reivindica con la vida.


Manuel Gómez      


Todo vuelve como las sombras
Cubriendo hendiduras blandas en medio de la calma
Tocas lejana los rostros
suavemente olvidados en almohadas de espuma
con gestos que se parecen demasiado al recuerdo.

Alazana en las tardes
para alegrar memorias de tinajeros
al pasto húmedo y a los pájaros dorados.

Alazana en las noches
para confundir el viento con tus crines de asombro
de neblina lluviosa
principio y fin de tempestades
que vienen desde el sur contando en Quechua
los rituales eternos que exhortan a los demonios
a abandonar su oficio de hacedores de felicidad.

Todo vuelve como la luz
quitando el polvo dormido sobre las criptas
que ocultan polvos que fueron emociones.
Palpas remota los bolsillos frugales
que atesoran caracolas de mar y monedas limpias
para transar una caricia de amor.

Alazana en el alba
para oficiar de ventana azul
donde se asoma el sol
a mitigar su aburrimiento secular
para oficiar de palma lejana y fresca
para ofrecerte con todos los sueños
de la noche
para ofrecerte desde la pupila redonda
hasta la duda existencial
para ofrecerte sola y suelta
violenta y húmeda
como este trópico que habitas.

Manuel Gómez Naranjo

Ahora hay silencio, desde afuera se cuela el murmullo de los carros que recuerda esas películas de dinosaurios, veo mis libros y pienso que soy afortunado porque he logrado conservar una muestra de lo que ha escrito tanta gente que admiro y que me ha ayudado a crear una imagen del mundo; tomo un libro al azar y le corresponde a Touraine; lo abro, también, al azar y leo un párrafo resaltado posiblemente el 98, era tan premonitorio, tan limpio, tan sabio: “la democracia es la afirmación absoluta, no de la soberanía popular, indiscernible del poder absoluto del Estado, sino el derecho de cada uno a la individuación, por lo tanto a la subjetivación. Las instituciones o un modelo de sociedad ideal no son fines en sí, sino medios al servicio de un principio no social” ¡Brillante! 

Pensé que este libro seguramente fue escrito en París, y originalmente en francés. Su titulo francés es: Pourrons-nous vivre ensamble?. Egaux et différents. De allí que la conexión hacia ti resultó inevitable. Te imaginé entonces: en un café confortable y protegido del frio, envuelta en el rumor de las palabras de Touraine, y acometiendo el sacrilegio de tomar un te en un Café, te imaginé cruzando una calle, con prisa, solo por mirar, al pasar, la particular arquitectura de un edificio, te imaginé adusta y lejana pretendiendo conectarte con la burocracia parisina, que al igual que todas las burocracias del mundo intenta convertir las verdades simples en misterios teológicos; te imaginé en tu cuarto, metida entre las sábanas haciendo que tus manos desfallezcan sobre tu sexo, mientras me piensas. Me quedo con esta imagen y me estremezco, voy a la galería de fotografía de mi computadora y veo tus fotos, te beso y me hundo en mis cavilaciones. Te miro y siento tu presencia, y verbalizó mi emoción: “Te amo”.

Manuel Gómez 
jueves, 22 de diciembre de 2016


La casa tiene las orejas abiertas
está atenta a esa vitalidad exterior
afuera el mar se estira como un reptil enorme
alguien llora es posible
por una menudencia

otra saltará a un autobús sorberá un té caliente
o comerá semillas saladas.
Afuera se regatea media libra por un pañuelo azul
al que se le urge para sofocar unas lágrimas
desde hace tiempo postergadas.

La casa descorre el velo de sus ojos
siempre lo hace en septiembre
por aquello de los equinoccios y sus caprichos
faubistas.
Pero ¿qué ve la casa con sus ojos cuadrados de buey?
Mira una multitud sacristana
con un rosario lúbrico colgado en la bragueta
mira también a un hombre que acusa
y se resguarda
en su propia inquisición.

La casa nos cobija
tú has dispuesto una sucesión de palabras redondas
y me las prescribes en silencio.
Tú dejas que te intuya
eres solo un presentimiento sobre mi pecho
nos confundimos en las pequeñas confidencias
que se suelen después del amor.
Yo te digo: “estoy perdido por vos”
en el momento justo de la media libra
y el pañuelo azul
para los llantos postergados.



Manuel Gómez Naranjo

Alejandría, 6 de septimbre/86.


En virtud de que estoy perdido por ti me declaro absolutamente incompetente para olvidar cual es la forma de tu boca cuando al borde de una sonrisa me propones un beso; asumo que soy incapaz de arrinconar en el olvido los olores que emergen de tu sexo y se elevan como columnas de incienso y me abotargan la capacidad de razonar con lucidez.  

Declaro, insisto, que no puedo eludir que mis manos te busquen en la noche como un mimo que representa un acto para sí mismo, que no dispongo de recursos para escapar del silencio que viene de tu ausencia.


Así que pido que mi sentencia sea permanecer en este estado de enamoramiento, agobiado por el recuerdo de tu olor,  encadenado a tus piernas y sometido por la plenitud que me provocas. Pido que esta condena sea perpetua…

Manuel Gómez 

Mi hijo tiene una sonrisa
como una fiesta entera
tal es la felicidad que nos procura
su madre es un vientre perpetuo
de amor y de lisonjas
que alimenta sus ensoñaciones
su lujuria de vida
su gula de presencias.

Alza sus manos hacia mí
como palomas limpias
que aletean temblorosas
frente a mis ojos anhelando los grandes sueños
de niño diminuto: Mingos, pelotas y chupetas.

Mi hijo me mira
con sus grandes ojos
me acaricia con sus ojos redondos
me mira y me desplomo
en un charco de ternura.
Me mira y me convierto
en pulsión
en pluma
en trémulo fragor
de luz de luna.


Construye sus discursos
mordiendo las palabras
como trozos de manzana;
sus palabras trepan por las paredes
de mis miedos escarpados
me sepultan bajo sus formidables
argumentos onomatopéyicos
para luego
estrellarme: volverme luminoso y aéreo.

Mi hijo camina
con sus piececitos desnudos;
sus pasos resolutos
son mariposas amarillas
que palpan los pliegues de mi corazón,
son pétalos de rosas
que caen sobre mi otoño
sobre las tardes de mi vida.

Camina sobre un mundo
recién estrenado
con la inocencia de que no hay desiertos
sino flores.
Mi hijo se empina sobre las colinas
dolorosas de la tradición
y emerge luminoso y feliz.
Todos los puertos serán su horizonte.

Papá (Manuel)
14 de marzo de 2007



“Hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso” (Borges)

Ha llegado el tiempo de desalojar esta burbuja que habitamos para acercarnos a la densa hondura de los desesperados, de aprender sobre los olores que se aproximan al sufrimiento, de hinchar velas en el desierto a fuerza de pulmón, de aconsejar a las mariposas para que vuelen rectas como gaviotas, de encaminar los ojos hacia la primavera para encontrar el alma en el discreto encanto de los atardeceres.

Ha llegado el tiempo de caminar de nuevo bajo el sol, de mover los remos con dirección al sur, de verse crecer atónito el abdomen y de asombrarse porque hoy amaneció como todos los días –lo que ya es un milagro-.

Ha llegado el tiempo de ungir a las palabras olvidadas, aquellas que florecieron sobre la piel de los hipopótamos y encontraron un eco líquido al pie de los tepuyes.

Ha llegado el tiempo de auscultar a los discursos; de lavarlos por dentro con agua de mar penumbrosa de algas, de frotarlos hasta el dolor para que vuelvan del brillo a la opacidad de lo real.

Ha llegado el tiempo de creer un poco más en las abejas y en el balido de los carneros, de asomarse al umbral de la niñez como un pretexto para encontrar la pureza perdida, de fatigar los espacios públicos con los pies afirmados y los brazos abiertos, de romper el silencio con un alud de voces que se apropien de los sonidos infinitos de la naturaleza. Ha llegado el tiempo de la fe.

Ha llegado el tiempo de poner en evidencia a los que pecaron porque creyeron en su propia santidad y, también, de reivindicar a aquellos demonios que no se enteraron de sus culpas; sobre ellos pesan siglos de injuria.

Ha llegado el tiempo de desmentir la fábula de Borges de que en Uqbar los espejos y la cópula son abominables, porque reproducen el número de los hombres. Ha llegado el tiempo de resumir lo bifrontal, de solventar –por fin- la dialéctica de los cotiledones hasta encontrar un lugar en el mundo que no resulte ajeno para nadie.

 Ha llegado el tiempo de soñar, de dar, de aproximarse. El tiempo de sumarse, de prescindirse; pero sobre todo de reír, porque la vida es como un paraguas a quien llevamos tomado de la mano para salvarnos de la vida.
Ha llegado el tiempo de la fe. Ha llegado el tiempo de crear.



Manuel Gómez Naranjo

Cumaná, 87/ Los Teques mayo/98. 


Necesito tu pasto pasajero de almohadas,
tu pasto de toronja y amaranto,
tu grama de penumbras que suenan a esperanza
y se escapan al borde de los acantilados.

Necesito tu calma que amanece en mis nubes
y en mis manos que llueven palabras sin retorno
y en mi cuerpo que sale a las calles perversas
y en las palpitaciones que abruman mi camisa.

Necesito tu pelo de limpios horizontes,
tu pelo que abandona mi cama en las mañanas,
tu pelo que es el polvo que anima mis memorias
y vuela hacia las sombras convertido en estrellas.

Necesito tus gestos que anidan emociones,
emociones de lluvia detrás de las ventanas
y que saltan nocturnas como latidos rotos
metiéndose en mis noches como una luna nueva.

Necesito tu calma....
para amarrar mi vida.



Manuel Gómez Naranjo
Caracas 9 de mayo/2000




Tu nombre viene de la selva
de los ríos  rumorosos que estallan al comienzo del mundo,
de los grandes tepuyes que emergen de la tierra
como menhires extraviados
que han nacido de los caprichos lúdicos de divinidades prehistóricas.

Vienes con tus manitas de algodón
a poblar de caricias otras manos y otros rostros
que te han antecedido en los gestos amorosos
y en los besos que saben de atardeceres y penumbras.
Vienes, saturando de alegría las memorias del futuro
que persisten en la anticipación de tu sonrisa.

Tu nombre viene de la lluvia
de los pájaros que llenan el cielo de colores,
de las cascadas eternas que abren sus alas de rocío
para inventar transparencias
que parecen luciérnagas cargadas de luz y de esperanza.

Vienes con tus piececitos de seda
a trajinar la hondura de los caracoles
para afirmar tú huella naif sobre la piel del Orinoco,
en la neblina azul de las guacamayas
en las voces rotas de cosmogonías olvidadas
que alguna vez hablaron de ti.

Eres creación de amor  
hueles a trópico y a piña,
eres la luz que obsesionó a Reverón,
palma bajo las estrellas,
el sitio preferido de nuestro abrazo
y la emoción más honda, más rotunda,
más definitiva.   


Manuel,

Caracas, 21 de junio de 2015