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Manuel Gómez Naranjo. Con tecnología de Blogger.
Acerca de mí
viernes, 23 de diciembre de 2016
Casi siempre asociaba a
esa mujer con la suavidad de las formas y con una estética que algunos
describirían como armoniosa; ella tiene el don de un cierto refinamiento que se
opone a las estridencias, escapa de lo sutilmente escatológico y prefiere los
espacios minimalistas en los que nada parece ser excesivo ni ruinoso. De allí
que una de estas mañanas me sorprendí pensando en ella en medio de la algarabía
del Mercado de Guaicaipuro.
-¿Por que esta
incongruencia? – barrunté, sin encontrar una respuesta a esa evidente paradoja-;
sin embargo luego caí en cuenta que era una asociación por contraste. Me quedé
a escuchar el lugar y descubrí una interminable sarta de improperios al
lenguaje; donde lo más potable era: ¡que tripeo pana!
Mi pensamiento lograba
sortear la columna insufrible del reggaetón y los estrujones de los se afanaban,
como yo, por hacer compras de última hora y se quedaba detenido en el olor de
esa mujer mientras observaba una colilla de cigarrillo que giraba inocente por
el piso seguida por la disputa de un par de indigentes que reclamaban el
derecho a una última chupada; y de allí saltaba a una gorda gigantesca que
poblaba el pasillo mientras sus nalgas parecían olas capaces de abatir el
erotismo del más potente de los hombres. ¿Erotismo? Y mi cuerpo se metía en la
regadera con esa mujer quien se bebía a Aristóteles y el cogito ergo sum y la
Ontología del Lenguaje, con Nietzsche incluido; sorbía la literatura universal
fruida en centenares de horas de placer estético: Cervantes, Borges, Boccaccio,
Eco, Octavio Paz, Benedetti, Cavafis, Dante; Marguerite Yourcenar; Johann
Golfgang Von Goethe; Homero, y un largo y substantivo etcétera.
Guicaipuro era una
presencia omnímoda y farragosa que saturaba cualquier insinuación de esa mujer
luminosa, ni dejaba heridas por las que pudiera fluir la belleza de un poema,
pero la luz que entró por la fractura que dejaba la gorda al caminar me trajo
un verso de homero: “Al mostrarse en el día la Aurora de dedos de rosa” y me
trajo la perplejidad maravillosa de Sancho en la ínsula Barataria y la soledad
de Robinson Crusoe, y la frustración de Samuel Robinson intentando, en un país
de esclavos, enseñar lo que es el republicanismo: “una República, es una Res
Pública, es decir una obra de todos”. La Aurora de dedos de rosa me toco el
rostro y me hizo consciente de mi propio aislamiento, estaba solo en
Guaicaipuro sin Viernes y sin Don Quijote y ni el olor de las empanadas podía
distraerme de las memorias que guardo en las yemas de los dedos, en mi olfato,
en mis visiones pasadas, en la intimidad de mi cuerpo profanado por el amor.
La vendedora de empanadas
se llamaba Wileydis y estaba embadurnada de masa de pie a cabeza, sin embargo
dejaba traslucir una cierta felicidad inocente. Yo pensaba en la virtud de los
que sirven por convicción, independientemente de donde se alimenten esas
convicciones; es como quien decide hacer el bien sin estar muy convencido de la
existencia del paraíso y sin el temor a las llamas crepitantes del infierno. Wileydis
hizo resbalar seis empanadas sobre el aceite hirviente que crepitó sordamente
en medio del bullicio de Guaicaipuro; pensé en cómo era posible que alguien
pudiera llamarse como la empanadera y sonreír; pensé en esa mujer que tiene una
boca como de durazno y un nombre que parece haber sido creado para ser cantado
por un Aedo.
Ella estaba ahí en medio
de Guaicaipuro, la traje a mi presencia empinándome sobre el barroco de un
espacio saturado de ruidos y de olores, recordé el Khan el Kalili, de El Cairo,
donde los vendedores te tocan con lujuria para venderte un pañuelo de colores o
un collar de sándalo falso. Ella caminaba a mi lado con Borges como compañía y
me imaginé construyendo un discurso para ella con la fórmula Borgeana: “Escribir
un libro, un capitulo, una página, un
párrafo que sea todo para los hombres como el apóstol; que prescinda de mis
aversiones, de mis preferencias, de mis costumbres, que ni siquiera aluda a éste
conmigo”.
Guicaipuro, entonces, se
tornó amable porque ella me permitió descubrir que la felicidad está agazapada
en cualquier lugar, aun en una mujer que se llame Wileydis o en una gorda con
el culo frondoso, o en los que tuvieron la dicha de compartir la última chupada
de una colilla desechada. Ella siempre me salva, siempre me hace mejor, siempre
me reivindica con la vida.
Manuel Gómez
Etiquetas:
RELATOS
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